No son más de 40 personas, caminan por las calles del pueblo cantando una consigna que ya tiene varios años: “Fuera Monsanto, fuera de Malvinas, fuera Monsanto de América Latina”. Por cuarto año consecutivo la marcha mundial contra la multinacional acusada de enfermar poblaciones enteras, de ofrecer productos nocivos con ingredientes cancerígenos y exterminar especies nativas en pos de la implementación del monocultivo de soja tuvo lugar en más de 400 ciudades alrededor del mundo. Una de las tantas marchas alrededor del globo ocurrió en Malvinas Argentinas, localidad cordobesa donde Monsanto intentó instalar la segunda planta más grande de tratamiento de semillas en América Latina.
Conocí a Marcela hace no mucho tiempo y desde la primera vez hablamos del tema. Ella había participado activamente del bloqueo que se levantaba frente al predio donde Monsanto pretendía instalarse y ahora forma parte de la red de ayuda en Córdoba. Tiene una voz ronca, y la cara cansada. Las marcas de un mal dormir se le dibujan casi siempre pero tiene una mirada que te incita a defender eso que es de todos. Un mensaje en el teléfono después de no volver a verla me llevó a estar en la plaza Colón este sábado al mediodía para participar de la cuarta marcha mundial contra Monsanto. Yo había insistido en que me mostrara por dentro esa lucha que tan bastardeada había sido, que había sufrido los embates de una multinacional, de gobiernos corruptos y hasta de la ambición de quienes simulaban defender la causa. Así fue que Marcela se acordó y me invitó a ir hasta Malvinas Argentinas en esa fecha tan importante para su lucha.
Mientras camino pienso cuan grande puede ser el poder de una empresa, hasta donde llega la ambición y mas aún de donde nace la rebeldía para luchar contra eso que muchos eligen ignorar. Llego a la plaza y encuentro a Marcela que aguanta más carteles de los que puede sostener, me sonríe de lejos y mientras se acerca va presentándome algunos compañeros. No somos muchos, la plaza esta desierta salvo por la esquina donde la caravana de autos van apostándose y donde todos se reúnen. Hace frío, es esa época donde el sol descansa atrás de las nubes mas de lo necesario y el calorde la ciudad no alcanza. Familias enteras comparten mates y ayudan a decorar la plaza con carteles y folletos. Todos se unen bajo la consigna “Chau Monsanto” y la repiten hasta el hartazgo. La empresa no pudo emplazar laplanta en Malvinas Argentinas pero un rumor de la presentación deun nuevo informe de impacto ambiental, obligatorio para el emplazamiento de una construcción de esas características, reaviva la voz de todos los que participan en la lucha.
Mendocinos, porteños, cordobeses y hasta extranjeros se suman al grupo que ocupa la esquina de Colón y Avellaneda. Marcela me comenta que es común para ella ver gente proveniente de todas partes: “cuando estuve en el bloqueo vino gente de todo el mundo, por eso no creo que haya que ponerle banderas a esto, somos todos parte del mundo, un mundo que Monsantodestruye y del que se tiene que ir”. Todos comparten una convicción que resiste, que denuncia aunque se le ponga la voz ronca y camina por más palos que reciba.
Son la 3 de la tarde y subimos a los autos que voluntariamente componen la caravana que acerca a quien quiera participar hasta Malvinas Argentinas. Me toca ese lugar prometido, con los hijos de una pareja amiga de Marcela, La Negra como la conocen todos ahí, y al lado de una madre mendocina que hace pocos meses vive en Córdoba. Todos trabajan y estudian, todos tienen un hijo al menos, ninguno tiene facilidades que tal vez otros si y sin embargo entregan parte de su tiempo a una lucha que es marginada por un gran segmento de la sociedad. No quieren que sus hijos sean sometidos a la tiranía alimentaria que significaría la instalaciónde Monsanto en su país, en su provincia, en su barrio. No quieren que ellos sufran las enfermedades causadas por los químicos utilizados para fumigar, no quieren que por la sangre de sus hijos corran agrotóxicos.
Luego de recorrer la ciudad nos dirigimos hacia Malvinas donde una larga fila de autos con carteles pegados en capós y ventanas acompaña el contingente que carga banderas a pie. Niños corren entre madres y padres que cantan mientras el frío cala profundo, más afuera de los grandes edificios de la ciudad. Son pocos, no alcanzan a ser un centenar pero cantan de todos modos, invitan a sus vecinos a defender sus propios derechos. Desde los negocios del barrio algunos aplauden y acompañan los cánticos pero son muchos los que optan por la indiferencia y no ven ni escuchan.
La plaza del barrio nos recibe con un escenario montado donde entre canciones y comidas esos que resisten todos los días, esos que solo pueden ayudar los fines de semana, aquellos que lo hacen desde la ciudad y los que por primera vez vemos y palpamos la lucha en primera persona intercambiamos experiencias y conocemos la historia que nos aglutina.
Me cuentan que antes eran más, que existieron conflictos dentro de la misma resistencia, que muchos se fueron y que otros tantos trataron de aprovecharse del reclamo justo y vieron la oportunidad para sacar rédito. Noto cansancio en sus palabras, es difícil librar una batalla cuando las armas están rotas antes de comenzar a luchar, cuando quién debería cuidarlos los traiciona y vende todo al poder financiero de una multinacional.
Sin embargo no puedo evitar sentir la resistencia, por más cansancio que carguen sus hombros siguen adelante.
Padres y madres, abuelas, hermanos, amigos, todos encuentran fuerza para sostener lo logrado: Monsanto no se asentó en Malvinas Argentinas, pero puede hacerlo, en cualquier momento y ellos van a estar ahí, alzando la voz bien alto, sean miles, cientos o cuarenta personas. Van a luchar, van a gritar y van decir una vez más “Chau Monsanto”.
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